Brujas en bici
- Visa Promig
- 3 jun 2021
- 6 Min. de lectura
El feminismo ha existido desde siempre o casi siempre. En realidad ha existido desde el mismo momento en que el las desigualdades entre los seres humanos comenzaron a surgir no por las capacidades de cada cual sino exclusivamente por su sexo, siendo el masculino el que ejercía la superioridad de la escala humana respecto a la mujer.
El feminismo por tanto es muy antiguo, entendido éste no solo como movimiento social o como teoría política, sino como conciencia individual de la desigualdad entre hombres y mujeres, y como activismo y reivindicación unipersonal o colectiva para combatir un amargo destino firmado y sellado por el patriarcado para lograr una vida mejor.
Aunque tuvieron que sucederse muchos siglos hasta que el feminismo abordó y se articuló de una forma más específica, tanto en la teoría como en la práctica en un
conjunto coherente de reivindicaciones y el diseño de una agenda que cumplir.
Durante demasiado tiempo, tanto religión como ley y hasta ciencia se unían en un discurso común: “afirmar la inferioridad de la mujer respecto al varón”.
Cualquier disidencia contra el patriarcado era automáticamente y absolutamente condenada al ostracismo, sometida a la inquisición androcentrista bajo la acusación de herejía social y cuyo final podría incluso llevar a la muerte de la osada fémina.
Por tanto, cualquier mujer disidente del constructo artificial e interesado que es el género y sus correspondientes roles asignados, era tachada de bruja, hereje o en rebeldía contra la institución y por ello quemada viva como fue el caso de Juana de Arco o guillotinada como Olympe de Gouges.
En la Edad Media muchas mujeres que eran acusadas de brujas no eran más que parteras y/o curanderas. A veces por ser lesbianas o sencillamente porque no accedían a las propuestas y acoso de hombres influyentes, que por venganza, las acusaban de las mayores atrocidades como la matanza e ingesta de bebés.
Los llamados aquelarres eran muchas veces simples reuniones de mujeres disidentes de un sistema que las relegaba a ser seres de segunda, con derechos muy mermados o casi inexisentes.
Incluso algunas de las santas de la historia, consideradas hoy día como protofeministas, fueron acusadas de brujas o de herejes por disentir y cuestionar el patriarcado desde el mismo corazón de la religión cristiana, como la ya mencionada Juana de Arco, la mismísima Teresa de Jesús o Sor Juana Inés de la cruz, que interpretaban de manera mucho más rigurosa los evangelios en los que la mujer dejaba de ser inferior al hombre y se revestía de la dignidad social perdida en contraposición con el antiguo testamento.
De hecho, las primeras sufragistas cuestionaron los cimientos de la sociedad occidental judeocristiana desde dentro, ya que la primera gran provocación de las feministas norteamericanas fue leer la Biblia.¿ Extraño? ¿curioso?, no tanto. Ya lo habían hecho nuestras anteriores protagonistas acusadas de herejes e incluso la mismísima María Magdalena, acusada de dedicarse a la prostitución cuando en realidad era una mujer adinerada, influyente y clave en la historia del cristianismo.
Susan B. Anthony y Elizabeth Cady Stanton, pioneras del sufragismo, denunciaron la opresión de las mujeres en la Declaración de Seneca Falls (1848) y lucharon fervientemente por la abolición de la esclavitud.
Cuando empezaron a leer, estudiar y comentar entre ellas el libro sagrado, cuestionaron la interpretación androcentrista y como resultado crearon La Biblia de las mujeres. Ese acto transgresor tuvo una respuesta nada agradable para estas mujeres y pasaron de ser ignoradas a ser acusadas de tener el demonio dentro.
De nuevo, las mujeres disidentes son acusadas de brujería. Y aunque no son ya quemadas en la hoguera de manera literal, son cuestionadas y sometidas al desprestigio y escarnio público para crear en la población una animadversión creciente que acabe con su popularidad y por tanto con el proceso de lucha emancipadora de la mujer.
Precisamente es la bicicleta la herramienta emancipadora por antonomasia. Las sufragistas lo tuvieron claro desde el principio y las usaron para trasladarse de manera independiente de un lado a otro y así acudir a muchos rincones para hacer llegar su discurso de promoción de la igualdad.
En aquellos tiempos, aunque la moda popularizó su uso tanto en hombres como en mujeres, para muchas personas, la bicicleta no era otra cosa que el vehículo del diablo, porque según decían, podía provocar en ellas histerismo, esterilidad o la extraña enfermedad llamada “cara de bicicleta” que oh, casualidad, solo se daba en las “féminas biciclistas”
Había que disuadir a todas y cada una de las mujeres que hicieran uso de esa máquina diabólica porque podía poner en riesgo la estructura firmemente arraigada del patriarcado.
Si las mujeres ricas dejaban de necesitar ser trasladadas o transportadas, ganaban en libertad. Si podían desplazarse también podían reunirse con otras mujeres y por tanto pergeñar o conspirar contra los hombres …aunque fuese alrededor de un inocente té de las 5.
Los aquelarres nuevamente tenían nombres de mujeres y estas no eran otras que las sufragistas.Mujeres que en muchos casos renunciaron a los corsés tanto físicos, puesto que para montar en bici no se podían usar, como los sociales. Mujeres que recortaron sus faldas y transformaron simbólicamente su expresión de género al usar pantalones masculinos, sin por ello perder un ápice de su esencia como mujeres.
Y es que para la sociedad machista, cualquier atisbo de reducción de la femineidad más forzosamente artificial de las mujeres , las convertía en brujas, feas, lesbianas, radicales….

Curiosamente poco ha cambiado la forma que tiene el patriarcado de definir, señalar y condenar la disidencia de las mujeres.
Las feministas seguimos siendo acusadas de brujas, feas, lesbianas, guarras y por supuesto, feminazis.
El 8m es un aquelarre. Un contubernio de mujeres odiadoras de hombres que buscan su erradicación. Pobres hombres acusados injustamente de violador y asesinar a mujeres.
Y en pandemia, además de un aquelarre, es la reunión si parangón en el que las mujeres nos convertimos en las principales culpables de los contagios y muerte poblacional.
Nada que ver el contagio con las orgías eufóricas de las celebraciones de triunfos deportivos en la que la mayoría de asistentes desprenden testosterona a espuertas y se brindan en gestos de hermandad por un logro que ellos no han peleado. Por supuesto sin uso de mascarillas y sin distancia alguna de seguridad.
Nada que ver tampoco esos contagios con conciertos multitudinarios, o cualquier otro tipo de evento, reunión o mitin en los que un grupo nada desdeñable de seguidores enfervorecidos se entregan a la causa sin mirar pelo o distancia.
Y es que más que nunca nos quieren repetir aquello de La Mujer, “Como en casa en ninguna parte”, que dijo Dorothy en el Mago de Oz
Hoy, 3 de junio, día mundial de la bicicleta, como Técnica promotora de igualdad de género, la reclamo como la herramienta empoderadora que sigue siendo.
Transmitiendo a través de charlas la historia de muchas de estas mujeres increíbles que cambiaron la historia de la humanidad y que lo hicieron montadas sobre dos ruedas.
Pero no solo con la difusión a partir de una ardua y profunda investigación, sino también como perfil profesional perfectamente adecuado para poder analizar con la perspectiva de género que necesita la sociedad en su conjunto y de manera transversal.
Porque sin análisis global, no hay detección del problema.
Porque sin análisis retrospectivo, no hay certeza de los desafios y la agenda feminista se desconfigura.
Porque sin análisis vertical y horizontal no se cambian las estructuras desiguales que nos condenan a no entendernos.
Hoy día mundial de la bicicleta, comparto una escena que creo se nos escapó a muchas de nosotras en nuestra infancia y que sutilmente propició que aun siendo mujeres y queriendo la igualdad, sintiéramos vergüenza de pronunciar: “sí, soy feminista”.
Porque nos habían hecho creer que ser feminista era ser una bruja, fea, desagradable, solterona y enfadada eternamente. Sí, como la bruja del Oeste.
Lo que también se nos escapa, es que precisamente el escritor del Mago de Oz, L. Frank Baum, el del libro que no del guión de la película, era ni más ni menos que el yerno de una de las sufragistas más importantes y a la vez menos conocidas…
Matilda Joslyn Gage. Precisamente las más radical de todas y la que más escondida ha estado, incluso por sus propias compañeras de aventuras y luchas.
Precisamente Matilda, sí, la del ”Efecto Matilda”, no solo animó a su yerno a escribir sino que sirvió de inspiración para la Bruja buena del cuento, ya que la admiración de éste hacia su suegra era absoluta.
Matilda incluso se reconocía así misma como una bruja feminista, siendo consciente de las implicaciones que ello conllevaba.
Sin embargo, la película, que por cierto fue dirigida por varias personas, lo que la convierte probablemente en una cinta llena de contradicciones en su mensaje, es quizá la causa de que admita una tan grande como la de representar a una solterona desagradable en bicicleta que se transforma en bruja y quiere acabar con los sueños de libertad de Dorothy y de todos y cada uno de sus compañeros de viaje hacia el mundo de Oz.
Hoy más que nunca, porque las acusaciones de brujería hacia las mujeres disidentes son más sutiles que en otras épocas, a tal punto que hasta dentro del propio movimiento muchas son acusadas e insultadas como “Terf”, reivindico por tercera vez la necesidad de incluir en todos los ámbitos sociales, los perfiles profesionales de los y las promotoras de igualdad, para detectar, señalar y deconstruir las desigualdades para así lograr una sociedad más justa, más sostenible….y que vaya por fin todo sobre ruedas.
Visa Promig.
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